Estaban recogidos en sus casas con sus familias, la mayoría durmiendo aunque alguno había que no podía conciliar el sueño.
Eran cuatro, los que estaban más nerviosos de lo habitual, y sintieron una necesidad imperiosa de salir a la calle.
Sin saber el motivo, todos ellos caminaron hacia un mismo lugar, menos uno que se dedicó a buscar algo que tenía escondido en su casa.
Los tres amigos, se encontraron en la plaza mirándose de reojo, y no entendiendo que hacían allí.
-Deberíamos estar durmiendo, ¿qué hacemos aquí?
Dijo el más viejo, llamado Julián.
-No se, sentí que debía salir me ahogaba en casa
Fue Isidro, el segundo en hablar
-Yo, necesitaba respirar aire fresco.
Dijo Carmelo el ferretero.
Todos ellos miraron hacía un punto fijo, vieron que llegaba otro de ellos, era Pedro.
Al llegar cerca y sin pronunciar palabra, descargó el arma que llevaba. Al momento los tres yacían muertos.
Tres grandes charcos de sangre, se formaron en el suelo.
Pedro había dirigido los tiros de forma certera, disparándo hacia sus cabezas.
Sin una muestra de arrepentimiento, se dirigió hacia su casa dejando a sus antiguos amigos abandonados.
Hasta la mañana siguiente, allí quedarían enfriándose hasta que algún vecino diese la alarma de lo que allí había ocurrido.
La mujer y el perro, no andaban lejos de allí y se quedaron atónitos de ver aquello. Sin duda el demonio aquel tenía terribles poderes, Luciana empezó a respirar agitadamente.
Se marcharon hacia casa temblando, y una vez cerrada la puerta escucharon al demonio decir.
-Ya están muertos.
La mujer bajó la vista hasta el suelo, el pequeñísimo demonio tenía levantados sus ojos mirándola.
-Todos no.
Dijo ella
-Dentro de unos momentos, no existirá ninguno de ellos.
Pedro de forma misteriosa paró en mitad del camino, y metió el cañón del arma en su boca.
Al momento, el hombre cayó al suelo muriendo en el acto.
-Ya están todos muertos... anda mujer ya puedes irte a la cama, que esos ya tienen su merecido en este mundo, ahora les queda lo más duro que es el infierno.
Verónica O.M.
Continuará
Al llegar cerca y sin pronunciar palabra, descargó el arma que llevaba. Al momento los tres yacían muertos.
Tres grandes charcos de sangre, se formaron en el suelo.
Pedro había dirigido los tiros de forma certera, disparándo hacia sus cabezas.
Sin una muestra de arrepentimiento, se dirigió hacia su casa dejando a sus antiguos amigos abandonados.
Hasta la mañana siguiente, allí quedarían enfriándose hasta que algún vecino diese la alarma de lo que allí había ocurrido.
La mujer y el perro, no andaban lejos de allí y se quedaron atónitos de ver aquello. Sin duda el demonio aquel tenía terribles poderes, Luciana empezó a respirar agitadamente.
Se marcharon hacia casa temblando, y una vez cerrada la puerta escucharon al demonio decir.
-Ya están muertos.
La mujer bajó la vista hasta el suelo, el pequeñísimo demonio tenía levantados sus ojos mirándola.
-Todos no.
Dijo ella
-Dentro de unos momentos, no existirá ninguno de ellos.
Pedro de forma misteriosa paró en mitad del camino, y metió el cañón del arma en su boca.
Al momento, el hombre cayó al suelo muriendo en el acto.
-Ya están todos muertos... anda mujer ya puedes irte a la cama, que esos ya tienen su merecido en este mundo, ahora les queda lo más duro que es el infierno.
Verónica O.M.
Continuará