Hacía tres años que nada era igual.
Se había quedado sola.
Su compañero de vida se fué. No porque quisiera, no, la vida se lo quitó.
Una mañana no despertó y aunque no sufrió... ella si lo hizo.
Y cuánto lo echaba de menos...
El timbre sonó.
—Quién a estas horas? Miró por la mirilla. Tuvo que ponerse de puntillas para ello. El paso del tiempo que lo mengua todo.
En su puerta estaba una joven.
La conocía de vista, aunque nunca había hablado con ella.
—Qué querrá?
Y abrió la puerta.
—Dime.
—Perdone que la moleste, señora, pero tendría usted un abrigo viejo para tirar. Estoy congelada y le agradecería...
Inesperadamente se echó a llorar.
Le daba tanta vergüenza.
—Qué te sucede, hija?
Y le contó a grandes rasgos porqué se veía en la calle.
Quién tendría el corazón tan duro para no conmoverse con su historia?
Ella no.
La dejó entrar y, por esas cosas maravillosas que suceden de tanto en tanto.
Aquellas Navidades dió a cada una lo que necesitaba.
Y allí se quedó para siempre.
Cómo una madre, cómo una hija.
Hay lazos que la vida tiene destinados y, son el mayor orgullo de quienes saben lo que es la bondad y el agradecimiento.
FIN.
Autora Verónica O.M.
Y cómo no.
Muy Felices Fiestas!!
Besos 🌲
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