-Gracias, doña Manolita.
-Te agradezco mucho tu visita. Se a lo que has venido, así que me ahorraré hacer un papel innecesario. ¿No crees?
-Lo que usted diga, doña Manolita.
-Puedes llamarme por mi nombre a secas. Te confieso no me disgusta que me llamen con tanta ceremonia, pero lo considero innecesario tratándose de ti, una mujer que a partir de ahora si tú quieres me cuidarás.
-Pero me sentiría violenta. Para mi sería como una falta de respeto.
-Pues entonces con llamarme de usted asunto concluido. ¿Está bien así?
-Lo está. Gracias.
-Estoy enferma, no creo que dure mucho tiempo. -A pesar de hacerse la fuerte, aquellas palabras dichas por su boca la estaban afectando profundamente.
-¡Dios no lo quiera! -dijo muy afligida la joven mujer.
-Anita, me gustaría que fueras tú quien me cuidase. Mi marido se porta bien conmigo, no tengo ninguna queja, sino todo lo contrario. Pero me gustaría descargarle de lo que considera su responsabilidad. No te sientas obligada...
-No me lo siento. La cuidaré encantada. Usted dirá en que puedo ayudarla.
Don Federico escuchaba desde el pasillo. Una medio sonrisa quiso brotar de sus labios, aunque no lo consiguió del todo.
Con cuidado y sin hacer ningún ruido salió a la calle. Sus pasos los dirigió a sus tierras, dónde José estaba ordenando la barraca dónde guardaban las herramientas o aparejos de trabajo.
Autora Verónica O.M.
Continuará
Anita se lee buena gente, esperemos a ver qué pasa.
ResponderEliminarSaludos Vero.
Para la MaLquEridA
EliminarLo es, amiga.
Seguro doña Manolita no tendrá queja de ella, veremos...
Saludos cariñosos Malque
No le hacía mucha gracia cuidarla pero puede que cambie de opinión, besos!
ResponderEliminarPara silvo
EliminarNo, no se la hacía, pero ella se cree en el deber de hacerlo, aquellos tiempos al patrón no podía decirse que no.
Cambiará de opinión seguramente...
Besos, buena noche